LOS SAQUEOS TURCOS.
El saqueo de Maó en 1535.
Fue dirigido por el famoso pirata Haradín, más conocido como Barbarroja. Era un renegado que logró, por su audacia, ser gran almirante de la flota del sultán Solimán II.
El 1 de septiembre de 1535 la armada turca entraba traidoramente en el puerto de Maó, enarbolando las águilas imperiales, para hacer ver que eran las naves del emperador Carlos V, que llegaba de la conquista de Túnez. Maó contaba con tan sólo 300 "focs" o familias, de entre ellos únicamente 350 habitantes eran aptos para el servicio de armas.
Dos frailes franciscanos fueron a recibir con una barca las que creían naves imperiales, pero al ver que eran los turcos quienes venían regresaron a dar aviso a la población. Se cerraron las murallas y los defensores se prepararon para la lucha. Al ver que Barbarroja desembarcaba sus tropas unos 2500 hombres- y comenzaba a asediar la villa, se mandó un aviso del peligro que corría la población al gobernador residente en Ciutadella. El gobernador en seguida mandó reunir a los caballeros de la entonces capital y formar una columna de socorro que se encaminó rápidamente hacia Maó, reclutando nuevos refuerzos en los pueblos de tránsito.
El 3 de septiembre esta compañía entraba en contacto con las tropas turcas, que, muy superiores en número, la aniquilaron, muriendo valerosamente el gobernador con sus mejores caballeros. Este fracaso destruyó la moral de los sitiados, y los mismos dirigentes mahoneses se pusieron en contacto con Barbarroja y al atardecer del día 4 estipularon la entrega de la ciudad, con la condición de que en el saqueo serían respetados los dirigentes y sus casas. La noche siguiente fue dantesca para Maó: hubo martirios de franciscanos, asesinatos, violaciones, incendios, depredaciones; al día siguiente fueron llevados cautivos unos 600 prisioneros (de los que nunca se supo nada más), junto con los objetos de algún valor.
Todo ello lo contemplaron, horrorizados y llenos de vergüenza, los dirigentes traidores desde el predio Binimaimut, donde se habían refugiado. Su castigo no se hizo esperar, castigo terrible y cruel según la rigurosa justicia de la época; por orden de Virrey de Mallorca don Jimén Pérez de Figuerola, el día 8 del mismo mes de septiembre comenzó el proceso que duró más de un año. El 24 de octubre de 1536 se cumplieron las sentencias capitales contra los cinco principales inculpados, en la plaza del Born de Ciutadella, con las repugnantes mutilaciones que además solían hacerse en los castigos de los delitos más graves.
El saqueo de Ciutadella en 1558.
Pasaron dos décadas de la invasión de Maó cuando llegó la mayor "desgracia de Ciutadella", un saqueo y una matanza más terribles aún, cometidos por los turcos mandados por Mustafá y por Piali el mes de julio de 1558.
En la mañana del 30 de junio aparecieron por el norte de Ciutadella 140 velas. Era regente de la Real Gobernación mossèn Bartolomé Arguimbau, quien mandó reclutar gente de las distintas poblaciones de la isla y fortificar Ciutadella, mientras unos 15.000 turcos sitiaban la ciudad y la bombardeaban con su poderosa artillería. Todos los sitiados, dirigidos por el regente Arguimbau, por el capitán Miguel Negrete que había llegado poco antes con unos 40 soldados castellanos para fortificar la plaza, y por los caballeros, contribuían a la heroica defensa, y no obstante ser la gente escasa, con la ayuda de mujeres se taponaban las brechas de las murallas y se disparaban sin cesar las piezas de artillería.
La casa de la Universidad, donde se guardaban las municiones, fue volada, y la situación se puso tan insostenible que los jurados, capitanes y otras personas notables sugirieron a Arguimbau y Negrete abandonar la población de noche; pero los dos dirigentes respondieron que debían defender la plaza "usque ad mortem" hasta la muerte. Y el 9 de julio de aquel año 1558, los turcos penetraron por una brecha abierta en las murallas junto a la plaza del Borne, donde los sitiados intentaron una desesperada resistencia; pero fueron arrollados por las fuerzas tan superiores de los piratas, y éstos se adueñaron de la población, matando, incendiando y robando con gran crueldad. Fueron incendiados los templos y las casas, se pilló los objetos que parecían de algún valor para los asaltantes, y al cabo de tres días de violencias y matanzas, se hizo de nuevo a la mar la gran flota turca, llevándose cautivas unas 3.452 personas.
La ciudad quedó tan destruida, que el gobernador interino mossèn Federico de Cors hubo de pernoctar en una cueva por no haber en Ciutadella casa ninguna habitable.
El Acta de Constantinopla es un documento de vital importancia en nuestra historia, donde se cuenta la trágica y gloriosa "desgracia de Ciutadella". Fue redactado por el notario menorquín Pedro Quintana el 7 de octubre del mismo año 1558, a requerimiento del regente Arguimbau y del capitán Negrete.
Las autoridades menorquinas se preocuparon enseguida de la redención de los infelices cautivos que habían sido vendidos como esclavos en Turquía. Consiguieron que el rey Felipe II concediera franquicia de diezmos por espacio de diez años y que el papa Pío IV autorizara un jubileo extraordinario, extensivo a toda España, para conseguir limosnas con que pagar los numerosos y cuantiosos rescates.
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